miércoles, julio 26

LA OTRA CIUDAD

Llevo a Murcia aprehendida en la memoria de los pies. Hubo muchos días seguidos en los que anduve por ella, trazando recorridos alternos y quebrados, al tiempo que prolongados y exhaustivos. Desde hace mucho tiempo Murcia ciudad ha sido el modelo cosmopolita más cercano que he tenido, y un posible territorio de ficción sobre el que proyectar los pensamientos creativos en los que me embarcaba. Su geografía es diminuta en comparación a otras urbes que visité, pero, a la vez, contiene la suficiente extensión para albergar un propio microcosmos. Tiene su latido autónomo y libre, y respira con la proporción mínima con que ha de contar un espacio que desee convertirse en cuna de las historias, y no sólo de las vidas, de sus habitantes. Habitantes que pueden ser tanto residentes de carne y hueso, como extranjeros habituales --yo mismo-- a sus calles, o seres ubicados por la imaginación de alguno de nosotros en esa ciudad.
De todas maneras, Murcia no son sólo sus calles caminadas, sus avenidas asimiladas con la vista, sus paseos mensurados un paso tras otro. Empecé a ver Murcia de una forma distinta, como suele suceder, porque otra persona enseña a mirar de forma diferente lo que siempre habías visto con los mismos ojos. Tales lecciones vienen de fuera normalmente, y es difícil que de manera autodidacta pueda accederse a ellas.
Los edificios, las fachadas de éstos, las épocas que la apariencia externa y los materiales de las construcciones delatan, lo que se integra perfectamente en la estructura urbana y lo que queda como un tumor, como algo extraño, un “pongo”, sobrante e innecesario... La explicación de por qué es así tal o cual cosa, por qué los rosetones de nuestra catedral tiene más piedra que vidrio --la luz abundante de la zona mediterránea--; por qué se conserva el frontis de un edificio derribado en ruinas; por qué el lateral de una iglesia junto al Jardín de la Pólvora muestra una reconstrucción reciente y el tipo de material empleado en la misma...
Las riberas del río; los puentes sobre éste; los parques asendereados; lo que cabría llamar monumentos, que es mucho decir; barrios de los años sesenta, setenta y ochenta; la iglesia catedral llamada de Santa María --pese a que son muy pocos los que la conocen por ese nombre, o que se figuran que tiene uno, y que es ése--, por fuera, por dentro, el territorio donde se asienta y su cementerio de piedras (el Palacio de San Esteban lo tiene igualmente); los comercios y grandes superficies; el tiempo que nunca es bastante, transcurre como lo hacen los pasos del que camina y siempre lleva a la parada del autobús, a la salida de la ciudad y al regreso de donde soy.
También los ojos han de ser educados. Los míos recuerdan esas y otras cosas de vez en cuando, mientras mis pies siguen escribiendo sendas efímeras e indefinidas por Murcia ciudad. De lo que me cambió la vida hace ya más de un año incluye asimismo una mirada diferente y más atenta de la ciudad. Una de las mejores cosas con las que me puedo quedar, y no son pocas, es ésa.
Supongo que, entre más razones, es difícil olvidar por esto. Es difícil hacer pasado a quien tanto cambió y aportó, descubrió y encauzó. A veces, creo, también (cuando no quisiera hacer pasado a quien querría por futuro), que es intolerable --otra vez Javier Marías, tan hondo ha calado--. Pero ya no puedo tomar en lo que creo como lo más fiable, por la guía según la que hacer camino, sea a través del asfalto y aceras y callejones y recodos y tramos (peatonalizados, Trapería, Platería, o no), etc., murcianos; sea a través del día a día que lleva a mañana, y aclara más o empantana más el horizonte, donde está lo futuro, que ojalá te incluyese pero más bien anuncia tu ausencia y olvido.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

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Anonymous Anónimo said...

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12:50 p. m.  

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