miércoles, julio 12

POSMODERNO

Sé con íntegra certeza que, tú, no vas a leer esto. Nadie más sabe las razones, y eso lo vuelve sólo comprensible para ti y para mí. Aunque tampoco puedes comprender nada de lo que no tengas noticia, nada que no leas, por lo que el círculo se va haciendo más pequeño.
No todo lo que sea escrito ha de estar al alcance del resto. Hay veces que no contamos, no hablamos, a nadie que no seamos nosotros. Es decir, contamos, hablamos, sin esperar que vaya más allá. Que llegue a un solo lector, ni siquiera a su lector deseado, pretendido o idóneo.
He puesto a un lado tu luna, lo más constante de ti que he tenido desde que te conozco. A ella sí he podido verla casi a diario, ensimismarme en sus ojos también azules. La presencia y la ausencia se han alternado, y tu luna fue un puente entre ambas por el que mis días fueron caminando sin muchos detenimientos. De hecho, lo pienso y recuerdo que la vi a ella antes que a ti. Incluso quise verte porque quise saber de la persona que se encontraba detrás de esta luna, de aquella ilustración de unos jóvenes músicos formando una mínima orquesta, de aquel soldado en armadura al borde de un saliente rocoso al anochecer, de aquella puesta en imágenes del cuento de J. D. Salinger que fue tu proyecto para tener tu título profesional. Como los otros muchos que me enseñaste en su versión original, mientras yo me daba cuenta de que estaba en un “atónito instante” (pues era feliz).
Luego esa luna sirvió como “hilo de oro”, como vínculo. También tienes un sol, pero es más frío. Sin embargo, “sin tu luna, sin tu sol, sin tu dulce locura”, sin ninguno de ellos podría imaginarme. No llego a tanto desde hace más de un año. A repensarme. Desde que primero pasó por mi cabeza un anhelo que es un despropósito y un mantra: “Si yo amaneciera otra vez”. No una segunda oportunidad; no algo tan ingenuo, tan infantil, un despropósito tal. Más bien la contemplación de una posibilidad deseable: “Si volviera a nacer, si empezara de nuevo.” Desde que supe por ti de tu pasado y lamenté no haber estado antes, no haber estado en él. Después quedaron también otros pasajes, otras palabras. Un órdago de identificación posmoderno. Vino “No he querido saber, pero he sabido”, y no querer “un falso consuelo”, y “Mañana en la batalla piensa en mí”, y “Vivir en el engaño es fácil, y aún más, es nuestra condición natural, por lo que no debería dolernos tanto”, y “Vivimos como soñamos, solos”, y “Tengo un ambicioso plan; consiste en sobrevivir”. Citas y más paráfrasis que quedaban prendidas por su relación. Que quedaban asumidas. Que resonaban en las concavidades de la memoria. Cimientos de un mismo sueño, lejano pero vertebrador de mi continuidad. Seguirlo soñando gobierna mis sístole y diástole; mis aspiración e inspiración. “Estamos hechos de la misma materia que los sueños.” Quizá no como lo quería, Shakespeare nos decantó a muchos en esa frase. Unamuno: “De razones vive el hombre, de sueños sobrevive”. Otro acierto más, otra adherencia sumada en el camino.
El de mi supervivencia es éste. “Un día volveré.” “Un día volveré.”