martes, agosto 29

REDENCIÓN / 1

«Son las pasiones sobre cuyo origen nos engañamos las que más nos tiranizan», Oscar Wilde.
En otra parte soy un ‘buscador de caminos’ más. Creo que también en la realidad, porque es en ella donde llevo un tiempo haciendo honor a ese sobrenombre. No quiero decir que cada persona no sea un ‘buscador de caminos’ a su manera. Todo lo contrario, la mayoría de la gente traza su vida amparada en ese denominador común. Sin embargo, cuando decía que últimamente puedo llamarme así desde un punto de vista algo más literal, es porque hay momentos en que los caminos que antes se encontraron fueron a acabar. Y quizá no desembocasen en otro por el que seguir adelante manteniendo una unidad de sentido con lo ya vivido, o en una ramificación en la que elegir con riesgo pero orientándose con la mirada puesta en un horizonte que tenemos decidido, sino en un territorio de nadie, un piélago difuso, sin contornos y vedado, donde la vista es incapaz de aferrarse a ninguna distinción en el suelo y menos en la lejanía más próxima. Se continúa avanzando, porque «el tiempo no espera» y viene detrás y empuja con su inercia que acorrala. La conciencia de que se es frágil y vulnerable impera, entumece, casi somete las iniciativas. Un vértigo recorre como una conductividad energética las entrañas. Lo que enfocan los ojos adquiere un reborde sombrío, y a la vez pesa como sólo pueden pesar las fantasmagorías. Es difícil abrir por completo los párpados. Los recuerdos son ancla de plomo que late contumaz y punzante. Asusta el pasado por pasado, y un poco menos el futuro por inasible, por su imposibilidad de anticiparlo. Por la arraigada impotencia de no poder crearlo tampoco, idea que es fácil de instalarse y que se revela sólida y desafiante como esos soberanos de sanguinaria y heroica deposición. Hay diarias escaramuzas ingobernables que desbordarían su recipiente en la cabeza si no fueran hundiéndose cada vez más en el légamo melancólico que anega la cuna del espíritu. Razón y deseo vuelven a declarar que son irreconciliables. Eros y Tánatos puede que no se encuentren tan apartados de ti. («En la burla del amor anida la muerte», Joseph Conrad, La flecha de oro.) Se desconfía de la formación de sueños venideros. Porque no cicatrizaron aún las ilusiones desmoronadas que te otorgan un visaje de ruina. La carga envolvente de Atlas te atrapa en los sitios cerrados o de estrechos límites, a los que siempre se vuelve aunque escapes a refugios temporales. Pero no hay refugios absolutos. El desencanto sojuzga, tiraniza. Unos amigos dijeron: “el amor no puede salvarte”. Ni la cultura. Ni los otros. O sólo hasta cierto punto, a partir del cual no es factible que te acompañen. Conrad dijo: “Vivimos como soñamos: solos”. Te tienes a ti --única conformidad--, y aún no puedes ejercitar la libertad con destreza. Entonces empiezas a perseguir el propio decurso, que no está señalizado ni te pertenece ni te aguarda por predestinación ni te va a asegurar más adelante que fue el acertado y por el que tu vida se realizará en la esencia más inmanente de tu naturaleza. Entonces es cuando se puede decir de uno, un poco más literalmente, que está en un momento de suspenso, a la busca de un camino.
Lo cierto es que me he equivocado al extenderme tanto en la descripción. Si bien podría añadirle más contenido que la hiciera todavía más prolija a la vez que cercana, lo que pretendía era dar una idea más generalizable. Tan sólo afirmar que en ocasiones las personas estamos bloqueadas, perdidas, inseguras. Si con anterioridad habíamos cursado una serie de pautas que nos hacían más fácil la vida, ahora hay en parte resistencia a batir las alas y encarar el mundo, construir el resto, levantando los puentes necesarios. Arredra ser solos, si desconoces lo que ser. Cosas importantes que han dejado una huella triste condujeron a que te despreocupases en cierta medida. Pero, con todo y con eso, una pequeña luz clama en sordina, escondida dentro, en algún fuero plegado entre las entrañas y el discernimiento, que debes moverte. Lo que no se mueve tiene funesto destino. Aunque te reveles inútil de saber a dónde, la pequeña luz no se extingue, sino que espolea desde su inaccesible oquedad veteada de hielo y herrumbre. Un camino hace acto de presencia tarde o temprano. Como verdad, sólo el morir puede rebatirla. (No quiero abordar disquisiciones acerca de si la muerte no es sino otro camino más. Aquí no viene al caso.) Pero los caminos no salen a encontrarse con sus dueños: al revés. Estás perdido y lo que buscas es una salida: TU salida. Son momentos en que ejercitas sobre todo de buscador. Hasta que no se halla el camino, el tiempo que empleas es denso y enervante, ladrón del aliento y el ánimo --en extremos muy extremos, del ánima; gracias sean dadas a que tampoco es el caso--, confuso y lastrante. Además de infructuoso, seguramente.
Estoy de pleno en ese tiempo y en ese ejercicio investidor: busco un camino más allá de la vacía planicie. Hasta ahora, es cierto en mí lo apuntado. Creo que me cuesta hallar un recorrido a seguir porque me faltaría previamente algo. No sé si podré conseguir eso: me han dicho que ha de transcurrir un periodo, después del cual sí. Pero, aún así, no sé. Eso que es previo y me urge y es necesario para que pueda buscar y encontrar, alcanzar a saber lo que quiero, ver el camino y orientar mis pasos hacia él, es la duda insomne hilvanada en un ir y venir tal que se han enredado con astucia y mala índole en mi mente, cimentando un oscuro edificio de malos presagios larvados en su puro egoísmo. La duda pedestre y, también, trascendental de si es posible superar ciertas cosas de manera aceptable y aún más. Si existe la redención.
Porque antes de tomar la salida debo abrir esa ventana.
(Seguirá...)

1 Comments:

Blogger G. G. V. said...

Simplemente muchísimas gracias, prima. A veces cuesta salir de algo y hay q dar unos cuantos rodeos. Mucha gente, como tú ahora, tiende su mano en lo q puede.
Cuídate mucho, y espero verte a tu vuelta.

4:24 a. m.  

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