lunes, septiembre 25

LA NOVELA HOMÓNIMA DE MARSÉ

Dos libros firmados por su autor coronan mi biblioteca: Últimas tardes con Teresa y Si te dicen que caí. No soy bibliófilo ni fetichista de ejemplares singulares, pero esos dos libros con su sencilla dedicatoria (destinada a un Guillermo que soy yo, pero que podía ser otro de tantos lectores de Juan Marsé) son un recuerdo de que tuve la fortuna de poder agradecer en persona al propio escritor el tiempo de lectura proporcionado con ambas historias. Ahora escribo este pequeño artículo también a modo de agradecimiento. En esta ocasión, por la lectura de Un día volveré.
Cuando opté por el título de este blog, entre diversas razones, el homenajear de manera particular a Marsé empleando el nombre de una de sus novelas fue otra que se sumó a ese acuerdo íntimo conmigo. Es un título que dice muchas cosas, sin revelar confiadamente nada. Me gusta mucho un párrafo que se encuentra al final del libro que comento, y lo considero una sipnosis espléndida de lo que narra. Dice así: «Seguramente, aquel supuesto huracán de venganzas que esperábamos llegaría con él, y sobre el que tanto se había fantaseado en el barrio, no escondía nada en realidad, todo lo más la ilusión contrariada del vencido, la cicatriz de un sueño, un sentimiento senil que había sobrevivido a los altos, heroicos ideales...». Porque en estas palabras se condensa el desenlace de la biografía vital de Jan Julivert Mon, un preso político que, tras trece años de cárcel, recupera una libertad que durante el Franquismo no podía reconocerse como la entendemos hoy, y vuelve a la única patria que posee: su cuñada Balbina, su sobrino Néstor y el cubículo donde viven; en el barrio de la infancia perdida, las aventis, los cines locales y la ominosa sombra del término de la guerra y la flor de la dictadura. Ese resumen, finalmente, es el desmentido a la idea preconcebida y precipitada que el resabiado lector se hace. Cuando las páginas que nos quedan para terminar son muchas menos que las ya leídas, descubre que no tiene entre las manos un libro sobre la revancha de un hombre para los que «la espera se convierte en un ritual de la determinación», sino sobre un amor abocado a verse contrariado, y que se orquestó en «el viejo escenario de un fracaso». La descripción de nuestro protagonista cambia ante nuestros ojos y desdice a nuestras expectativas. De pronto, Jan Juliver Mon no es sino sólo un derrotado conforme, «entumecido, insomne, tozudo guardián de algo que ya no parecía estar allí, centinela de una cota de la memoria que nadie le iba a disputar, de una noche sin orillas cuya contraseña ya no tenía vigencia ni sentido para nadie salvo para él». Y nos encontramos con aquello que el ser humano se viene contando a sí mismo desde Homero. Habla sobre la misma condición de fatalidad que compartimos sin excepción, y sobre la pérdida del estado de gracia (lo dice Antonio Muñoz Molina, conmovedoramente, al principio de El viento de la Luna) que es inherente al paso de la niñez al ser adulto. Como confiesa el narrador al recordar su prejuicio infantil acerca de Jan Julivert: «No podíamos entenderlo entonces, pero él había sobrepasado esa edad en que un hombre deja de sentir el deseo de ajustar cuentas con nadie, salvo tal vez consigo mismo». El estilo, la poesía no versificada de Marsé es tan certera, tan veraz (la Literatura española tiene en él y en Miguel Delibes a sus dos mejores escritores), que considero sus palabras las más idóneas para dar cuenta de lo que me llevo de Un día volveré.
Todo está contado desde un ahora y un hoy donde «ya no creemos en nada», y en donde «nos están cocinando a todos en la olla podrida del olvido, porque el olvido es una estrategia del vivir --si bien algunos, por si acaso, aún mantenemos el dedo en el gatillo de la memoria--». Y, al cerrar por fin el libro, un regusto agridulce perdura en el órgano cardinal de los lectores, del lector que he sido hasta esta mañana para esta novela en concreto. Por eso imprimo a estas palabras una implicación voluntariosa. Antes decía que quería con ello lanzar un agradecimiento a Marsé por las páginas que durante dos meses he leído y releído, pero asimismo pretendo también invitar y (aunque no me gusta la fórmula) recomendar a quienquiera que esto llegue a conocer que se aventure por sí mismo en el libro del que he intentado recoger algunas impresiones para hacer este breve post. Su argumento compete a nuestra memoria colectiva en muchos de sus aspectos.
Para acabar, un sucinto apunte al margen de lo que he venido diciendo. Un apunte sobre el título de la novela que es también título de este blog, algo sobre lo que ya me expresaba un poco más arriba. Tan sólo constatar de nuevo que la capacidad poética de muchos artistas reside en dar nombre a aquello que la mayoría intuimos pero identificamos por completo en sus palabras perennes. Los sueños son parte de ese aquello oscuro y a la espera de invocación, de bautismo, de convocatoria. De unas palabras que los delimiten y hagan asibles a nuestra percepción. Uno de mis sueños se nombró de esa manera, con este título de Juan Marsé. Soñaba con que un día volvería, y me resta únicamente decir que ese día es ya.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

A mi me impactó esa novela. Por si acaso en la librería Taifa, venden dos ejemplares, primera edición de la novela, yo me compré uno, hace unos meses en una librería de viejo, es una gran novela, conmovedora hasta el túetano y que te hace pensar, reflexionar acerca de lo que pudo ser y no fue, y de lo que fue, que finalmente no resultó como habíamos querido.
Bueno un saludo

Cristian
crist64@hotmail.com

3:12 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Caí por casualidad y me impactó el principio: "Dos libros firmados por su autor coronan mi biblioteca: Últimas tardes con Teresa y Si te dicen que caí. No soy bibliófilo ni fetichista de ejemplares singulares" :)


Seguiré leyéndoTE.

4:35 a. m.  

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