lunes, septiembre 4

UNA PELI: "LA VIDA SECRETA DE LAS PALABRAS", DE ISABEL COIXET

Al ritmo musical de Antony and the Johnsons (Marcelo, gracias de nuevo por dármelos a conocer), la lluvia cae durante la noche sobre una plataforma petrolífera del Mar del Norte, mientras sus habitantes matan el tiempo --refugiados en cosas sencillas pero importantes para sus vidas--, y el oleaje golpea los pilares que sostienen la mole de hormigón y acero. Un oceanógrafo, aislado de la convivencia del grupo de trabajadores de la plataforma, lleva la cuenta de las olas batientes al cabo del día, y desentraña el destino de las colonias de mejillones que se adhieren a los pies de barro del gigante, inmensa construcción de la tecnología humana que no puede evitar que se encuentren bolsas de gas en la extracción y, como consecuencia, ocurran accidentes mortales. Nada en las imágenes lo muestra abiertamente, pero el espectador siente durante unos segundos que alguna verdad revelada sobre el mundo se adivina en el discurso narrativo interno de lo que vemos (en apariencia, tan callado y simple).

Después de Mi vida sin mí, donde también aparecía Sarah Polley, otra película todavía más hermosa. O más bella. Porque en el caso de estas dos historias no da pudor utilizar adjetivos así. Incluso da lo mismo si a fin de cuentas esa creencia es equivocada. Quizá resulte de lo más cursi hablar así de cine, en vez de atender a los aspectos más fríos de una jerga profesionalizante. No importa: cuando acabas de ver La vida secreta de las palabras, te das cuenta precisamente de que los significados que éstas tienen viajan más en un nivel escondido y subterráneo que a flor de piel. Es decir, que las palabras --que son símbolos-- contienen una carga que va más allá de la interpretación que pueda hacerse a simple vista. En la cinta de Coixet se demuestra eso una y otra vez. Frases sueltas, como expresiones solitarias e intrascendentes de una conversación de lo más convencional, están provistas de un calado mucho mayor. Porque esas frases que a veces se dejan caer para concluir una charla, y que no necesitan estar compuestas de más de cinco palabras, son en verdad una avanzadilla de la reflexión y el pensamiento humanos ante el desconcierto, el desamparo o el abrumamiento que producen las cosas. «Estamos flotando sobre el mar», «En el fondo, todo es un accidente», «La vida es extraña». Esas pocas palabras y una cierta forma de mirarse entre los personajes, donde se establece una corriente de entendimiento que ninguna cámara puede captar y que, sin embargo, la descubrimos en la comprensión del conjunto, de la situación comunicacional con sus protagonistas y su contexto, son lo que en realidad hacen que el título, además de poético y --también, otra vez-- hermoso, sea una palmaria llamada de atención para que indaguemos en la existencia oculta del lenguaje de quienes nos rodean. Sus historias personales imprimen cadencias y matices y almas individuales a sus palabras, aunque sean las mismas que utilizamos todos. Pero siempre queremos dejar entrever algo íntimo y que tenemos a resguardo en lo que decimos. Pese a que no se sea muy hablador o se recurra al lenguaje que semeje más trivial, o más despojado, o --en apariencia, de nuevo-- más desnudo de intenciones.

El final de la película nos regala uno de los diálogos más soberbios que el cine contemporáneo ha dado. Incluso más de uno, si además del de los dos protagonistas principales (de inmensas actuaciones cada uno) se le suma el que tiene lugar en Copenhague. «Aprenderé a nadar. Te lo juro», le dice Tim Robbins al personaje de Sarah Polley cuando Hanna le confiesa su miedo a que la tristeza y la vergüenza y las lágrimas no sólo la aneguen a ella misma, sino además al hombre que la quiera. Y, por fin, ambos se funden en el dilatado abrazo y el demorado beso.

Lloré con Mi vida sin mí y lo he vuelto a hacer con La vida secreta de las palabras. Supongo que para los demás, y menos para los críticos oficiales, ése es un baremo o un test poco fiable o poco relevante. Yo, al contrario, me fío más de la propia dinámica de mis emociones. Por eso me aventuro a recomendar la película de Coixet con gran énfasis sin temor a que mi apreciación ande errada. Además, me alegro lo indecible y estoy de lo más orgulloso de que se trate de cine español.

4 Comments:

Anonymous Anónimo said...

yo también lloré con mi vida sin mi y por lo que dices posiblemente lo haga con La vida secreta de las palabras. Me la apunto =)

un beso

6:54 a. m.  
Blogger Conchi Martínez Hernández said...

hola! me pillaré la peli, si tu la recomiendas tiene que ser bastante buena, la veré y te contare que me ha parecido. un beso hijo! XDD

9:48 a. m.  
Blogger G. G. V. said...

Muy wenas, Natalia y Conxi. Lo cierto es q de veras me gustaría q cuanta más gente viera esta peli mejor. Sólo espero q también os guste a vosotras y a quienes también se animen por la lectura de mi sugerencia.
Un fuerte abrazo para las dos.

3:21 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Tan solo he visto un pedazo de La vida secretas de las palabras. Ayer vi Mi vida sin mí y... simplemente, me enamoré.
Se me ha ocurrido escribirte esto porque vienen a mi mente las escenas en las que aparece el sonido y los primeros planos de copas de vino. Sé que tienen algún significado pero no llego a entender cuál. No creo que sea una simple metáfora de la vida y el paso del tiempo.
En fin, agradecería que, si alguien entiende o cree entender el sentido de tales escenas, me lo explicara.

Un saludo. Laura N.

12:28 p. m.  

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