ELOGIO DEL DISCO

Todo esto viene por un motivo: un amigo me ha recomendado que cambie un poco el tono de los últimos post del blog, y a la vez me dijo que sugiriera como lectura los libros de Terry Pratchett --no sólo los de la serie Mundodisco, sino también Buenos presagios y algún otro que no pertenece a la mitología de Gran A’Tuin--, que se venden desde hace años en España pero con enorme desgana y descuido. “Para ver si hay más lectores, y el ritmo de publicación (su editorial de aquí saca a la venta dos al año, lo que supone que hasta dentro de cuatro no se publicará en español el que acaba de ver la luz hace pocas semanas en Inglaterra) se acelera un poco.” Debo confesar que hace ya una temporada larga que no leo a Pratchett, pero lo recuerdo con cierto afecto y con agradecimiento: me ha proporcionado sonrisas y carcajadas tanto en momentos corrientes, como en anodinos y en otros más apesadumbrados. Así que, de alguna manera, este ‘elogio’ lleva en sí mismo su razón de ser: el ex técnico nuclear metido a satirizador contemporáneo --y padre del mago Rincewind, el dios-tortuga Om, el troll reconvertido a guardia real Detritus o la Muerte, que habla en versalitas y es propensa a irse de vacaciones sin avisar-- lo merece. No hace falta que sea muy descriptivo en lo que se refiere a en qué consiste ese mundo plano sostenido por cuatro elefantes que viajan por el universo sobre el caparazón de una tortuga inmensa, y de sexo desconocido pero que es habitual tema de discusión de los filósofos y los astrónomos. Quienes hayan leído alguno de los libros de la serie, o sean asiduos lectores de la misma, sabrán de sobra todo esto y lo que falta, que es inmensurable. Porque lo que sobre todo falta por destacar aquí es el peculiar sentido del humor de Pratchett, su olfato para las paradojas verbales --hay una tradición inglesa al respecto, de la que este autor se erige en digno continuador--, los juegos de palabras y los hallazgos gloriosos de contradicción entre la realidad y su manifestación lingüística. Por eso, estas palabras van dirigidas, más bien, a los que aún desconocen de lo que hablo, parcial o totalmente, y a los que sugiero, animo, invito, presento un poco la lectura por entregas de Mundodisco, o de Pratchett en general. Porque no todas sus novelas pertenecen a dicha serie.
Por el fondo y la forma de sus títulos, a Pratchett lo destierran de la literatura, y queda catalogado como un artífice de libros de fantasía cómica. Nada serio. Así lo catalogan las élites de la escritura, la crítica y la pose trascendente. (En España, de hecho, no hubo cuidado en la publicación de, por lo menos, los ocho, nueve o hasta diez primeros volúmenes que llegaron a las librerías. La cosa ha mejorado, y las traducciones son mucho más fieles y tienen un corrector profesional, eficiente y acertado que las revisa. Queda, sin embargo, la cuestión de su tardanza en haber aparecido en nuestro país, como la dilatada espera que aún queda hasta alcanzar la puesta al día, el no mantenernos rezagados de su actualidad editorial inglesa ni del resto de otros lugares europeos, americanos o asiáticos.)
En mi opinión, Pratchett es, como escritor, todo lo contrario a lo que esas altas instancias culturales estiman. Se me hace difícil concebir que no le consideren autor de fuste, de una potencialidad cómica admirable y desusada. Lo que en literatura habría que observarse con más valor: hacer reír con ingenio, inteligencia y una dosis secreta de filosofía debe tener reconocimiento; no pagarse con desprecio o jactancia de una superioridad frente a unos ‘textos sin importancia’. La sombra de lo mal llamado ‘intelectual’ es muy larga, y habría que soslayarla, huírla, para darnos cuenta cabalmente de lo que tenemos o podemos tener entre manos. En este caso, de veras que Pratchett y sus sucesivas y cumplidoras --puntuales-- entregas merecen la pena.
Para no extenderme más, y sostener con algún ejemplo lo que he expresado, mi criterio de aquí arriba --pero para nada ‘superior’, como antes achacaba a quienes apostatan de lo que no huela a ‘canónico’ (ésa es otra, a ver quiénes son los que establecen lo modernamente denominado como canónico; pero mejor dejar esa discusión para otro momento, no vaya a embrollar todavía más estas líneas, y tampoco corresponde en este sitio)--, lo más idóneo será que me acuerde de alguno de sus pasajes memorables. Pues alguien que escribe el inicio de un libro afirmando “En el Principio sólo existía la nada, la cual explotó”, no sólo consigue un feliz arranque para su historia, regalándonos una carcajada promisoria de otras muchas, sino que nos plantea de forma indirecta un hecho que nos deja perplejos: lo inconsistente de una arraigada creencia humana, y la leve revelación de que nos es imposible llegar a comprender, a racionalizar, cosas de suma importancia, que nos atañen muy de cerca. Un escritor con una frase así no es un mero cómico; no un mero historietista fantasioso y bufo, como lo pintan. Y, para continuar reivindicándolo, ahora me viene a la cabeza su metáfora de la recogida de impuestos como análoga en funcionamiento al de un establo de vacas: consiste exprimir lo máximo posible con los menos ‘muuus’ protestones que se produzcan. O lo hiperbólico de la solidez del río de Ank-Morkpork, donde es posible dibujar con tiza la sileta de los cadáveres. O el permanente destino aciago de Rincewind, de quien su creador dijo que el mago era el primero en procurarse su desdicha: “el día que llovieran besos, ese día Rincewind saldría a la calle con paraguas”. O la llamada sobre los tópicos más manidos y ‘fusilados’ --plagiados-- desde siempre en todas partes por casi todos: “siempre que un hombre recupera la consciencia después de haberla perdido, lo primero que pregunta es dónde está”. Etcétera.
Podría seguir extendiéndome todavía. Prefiero, sin embargo, terminar con el mismo deseo que dejaba escrito a la mitad de este largo parlamento: ojalá vengan nuevos lectores españoles a dejar claro que nuestro mercado editorial puede estar a la altura del de otros países, y que cada vez tengamos menos retrasos y demoras y tardanzas en el disfrute de muchas cosas que allí sí poseen a su alcance. Y que, por mucho que los autoproclamados guardianes de la cultura entonen condenación y descalificaciones hacia Pratchett, otros que somos mayoría nos dedicaremos mientras a reírnos con sus libros --tanto con sus historias como de esos mismos pseudo guardianes culturetas--. Agradecidos de que podamos esbozar sonrisas o reír a carcajada limpia con independencia de cuales sean nuestros estados de ánimo. (Lo que, lo miren como lo miren, señores vigilantes de las revistas especializadas y academias de las letras, es impagable.)